La idea de las cubiertas vegetales no es nueva, de hecho encontramos ejemplos que se remontan miles de años atrás y se encuentran presentes en la arquitectura vernácula de muchas regiones alrededor del mundo, estando presente tanto en zonas con climas extremadamente fríos como cálidos.
Esta técnica consiste básicamente en cubrir el techo de una edificación con tierra y vegetación, que actuarán como un aislante térmico, manteniendo el interior fresco en verano y evitando la pérdida de calor en invierno, lo que hoy en día se traduce como un importante ahorro de energía durante todo el año. Esta capacidad aislante, además, proporciona alivio de tensiones de la cubierta debidas a dilataciones y contracciones por cambios de temperatura. Estas cubiertas actúan también como aislante acústico y en caso de fuertes lluvias, absorben el agua pudiendo llegar a almacenar entre un 70% y un 90% del agua dependiendo del sustrato y la vegetación. Las cubiertas ajardinadas consiguen también mejorar el ambiente en zonas de gran aglomeración, absorbiendo impurezas del aire, conformando un hábitat adicional para insectos y aves, refrescando la atmósfera y generando oxígeno que contribuye a reducir el efecto invernadero. Todo esto contribuye a reducir el fenómeno “isla de calor” que se da en las ciudades por la acumulación de calor durante el día en materiales como el hormigón y el asfalto, y su posterior liberación durante la noche. Además, para las personas que viven en pisos altos y que pueden ver las cubiertas ajardinadas, éstas representan islas de naturaleza que ofrecen un respiro del entorno de la ciudad. Ofrecen todas estas ventajas y alguna más, sin tan siquiera necesitar de un mantenimiento habitual.